Sinopsis ¿Qué puedo decirte acerca de Adam Walker que no haya dicho ya? Cierto, el chico comete errores más rápido que un cohete viajando a la velocidad de la luz, pero tengo que admitir que los sabe remediar con la misma facilidad.
No es difícil enamorarse de él, tampoco lo es obsesionarse. Nadie puede culparme por odiar a cada chica que respire su mismo aire, y más cuando últimamente llegan como mosquitos a la miel.
Pero, ¿hasta qué punto seré capaz de soportar toda la situación que se nos viene encima? ¿Hasta cuándo dejaré de tolerar las mentiras que parecen llover sobre nosotros? Y para colmo, un viejo conocido regresa… y no está muy feliz que digamos.
Las cosas se complican, las relaciones terminan… nada es seguro. Lo que sí te puedo decir es que, la única cosa peor que estar enamorada de un chico como Adam, es obsesionarse con él… y las obsesiones nunca, nunca son buenas… ¿o sí? Tal vez haga una excepción por esta vez.
El primer golpe llegó de manera inesperada. Comenzó como
un dolor sencillo que nacía desde mi vientre y se extendía hasta mis caderas,
algo soportable comparado a lo que anteriormente me había tocado sentir. Pero
cuando el segundo golpe vino, tuve que erguirme en la cama y sostener mi
abultado estómago con una mano mientras que la otra se enredaba entre las
sábanas. Presioné mis ojos cerrados hasta que empecé a ver puntos
rojos detrás de mis párpados. Dolía tanto que quería herir otra parte de mi
cuerpo para que ese punto de mi vientre dejara de reclamar mi atención. Gemí en
voz alta cuando no pude soportarlo. Luego todo se
calmó, dejándome agitada y jadeando momentáneamente; mi respiración era
irregular y sabía por experiencia que este tipo de dolor venía por partes. Me
levanté rápidamente y di unos pasos hasta llegar al baño, estaba a punto de
echarme agua en la cara cuando el dolor atacó de nuevo. Me agarré a los bordes del lavamanos, doblándome a la
mitad, apre…
Semana 9 La Dra. Bagda Kamali
era proveniente de la India. Tenía un leve acento que la delataba, su piel era
morena como el caramelo y mantenía un cabello fibroso de tonalidad marrón
oscuro. Andaba como en sus cuarenta y tantos años, y siempre usaba ropa de
colores llamativos debajo de su bata blanca con su apellido bordado a orillas
del bolsillo. Me caía bien,
tenía un buen sentido del humor y me trataba de forma cariñosa, como si me
conociera desde hace años. Se aseguraba de ser lo menos clínica posible
conmigo, además, los títulos de postgrado que colgaban por todas las paredes de
su consultorio, declaraban que fue una alumna sobresaliente en cada una de sus
clases; hasta tenía un placa de reconocimiento de un hospital local, por traer
la mayor cantidad de bebés en la zona... No que eso me tranquilizara del todo. —Muy bien, Anna.
¿Cómo ha ido ese embarazo? —me preguntó ella mientras me untaba un gel h…
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